 
		   Me gustan los días que amanecen despejados y claros. Azules  y soleados. Me ponen de buen humor. Tiendo a levantarme cargada de optimismo y  más todavía cuando el cielo es propicio. Me da por sonreír aunque no haya un  motivo concreto para ello. En los últimos artículos me salió la parte  combativa, la Patricia guerrera, la palabra que no deseo silenciar aunque  resulte incómoda. Hoy retomo la amabilidad, la visión revitalpitante de los  días que acontecen y se suceden en el calendario siempre caduco, nunca perenne. 
      Hoy me siento bien aunque mi colchón no sea precisamente  cómodo, aunque mi gato siempre quiera jugar a horas intempestivas de la noche,  aunque el café fuese recalentado y se me acabe de fundir la lámpara (no es  metáfora, se ha fundido). Hoy me acompaña la buena salud y me siento  particularmente feliz por tener las amigas que tengo (femenino genérico que  incluye a algún que otro amigo) aquí en Zaragoza, allí en Galiza y actualmente  también en las Antípodas. 
      Dicen que la vida es un sinsentido y hay quien opina que es  un valle de lágrimas. Pero fíjense cómo son las cosas que yo salí optimista. Me  río con mucha (quizá demasiada) facilidad y echo mano de la ironía y el  sarcasmo cuando no me queda otra. Son pequeños los detalles que me alegran las  jornadas. No aspiro a grandes alegrías cuando comienza un nuevo día, me  conformo con las pequeñitas, y aún así a veces me llevo sorpresas mayúsculas. 
Cuando hoy salí de casa me encontré con una actividad que me  provocó más de una sonrisa. Una asociación juvenil llamada Ilógica había  colocado en árboles y farolas folios con frases ingeniosas y/o divertidas (me  gustó mucho esta: “Los mosquitos mueren entre aplausos”). La iniciativa se  llama “Notas de color” y es una invitación al optimismo y a la sonrisa. Según  parece (yo estaba durmiendo y no puedo asegurarlo) se pasaron la noche  decorando la ciudad con estas notas para que estuvieran listas cuando fuera la  gente a trabajar o a buscar trabajo (que una ya no sabe qué cansa más). Bravo  por Ilógica. La acción es sencilla pero contundente y lleva su trabajo,  desde luego. 
      Hubo una época en la que estuve enganchada a las narices de  payaso. Recuerdo con especial cariño las tardes en que salíamos a la calle con  ellas y hacíamos reír a la gente. Esto es bastante sencillo cuando llevas  puesta una nariz de payaso. A veces sólo era necesario mirar a alguien y sonreír  de oreja a oreja (o de patilla a patilla para bocas más pequeñas). Lo que se  llama una sonrisa XL, talla extra grande. 
Comparto ahora en este lugar otra propuesta y otras palabras que creo que serán del agrado de quien las lea. Pertenecen a una mujer que dice no necesitar nariz de clown, porque afirma haber nacido con ella (lo corroboro, ahora sí, empíricamente) y que tiene entre uno de sus muchos dones, el don de la verbi(qué)gracia. Carol Bret escribió en su Utopía y con ella casi concluyo:
“JORNADAS RECONSTITUYENTES DE UTOPÍA
Querido contribuyente a que  este ente se dé forma:
        (De hecho, se deforma)
        Utopía se congratula, con te de Tula, de invitaros  a todos a unas jornadas tremendas, con eme de mendas, sobre cómo reconstituirse  a uno mismo el organismo, con o de orga... nillero. Ni siquiera hace falta  venir para estar. Basta sólo con ver lo que aquí digo, Diego, con e de ego,  para empezar la jornada por cuenta propia cada cual en su morada, con m de  mora. Da lo mismo si ya estáis reconstituidos previamente por cuenta propia.  Esto se aprende una vez y luego sirve para otra. No se olvida, con uve de vida  y vendetta, ni es motivo de disputa, con pe de puta. Y, en acabando, con ce de  cabando, os voy mostrando, con o de ostra, lo que con este discurso, con ce de  curso, quería contaros, con a de a lo que iba:
        Primero: Tócate un pie. Hazme caso. No lo pienses,  que es tontería. Tócatelo y punto.
        Segundo: Mírate en el espejo y enseña los dientes.  Estira bien hasta tocar con la comisura de los labios en las orejas. Si lo  logras, escríbenos. Si no, continúa leyendo.
        Tercero: Métete un dedo en la nariz. Lo mereces  por infeliz.
        Cuarto: Quítate un zapato, uno solamente, y vete a  decirle al vecino que te preste aceite para tu otro zapato, que no arranca.
        Quinto: Súbete sobre una manta y embruja una  serpiente de papel con la danza de tu resoplar. Meditación bruta, pero resulta  seguro. Si no el cianuro o un paso más.
        Sexto: Apaga el teléfono. La televisión. La radio.  La lavadora. El ordenador. Y quédate quieto un rato mirando al techo de tu  habitación. Y así tumbado, tócate de nuevo un pie y vuelve a empezar.
        Estas indicaciones se pueden variar al gusto del  reconstituyente, por supuesto.”
Porque reírse es gratis, porque la mala uva seguro que también acorta la vida, porque si no tienes a mano una manzana siempre puedes forzar una carcajada, porque fastidiar al personal requiere demasiado esfuerzo, porque mañana siempre será un nuevo día, porque con alegría y optimismo se llega más lejos y con más energía, porque para qué tocarnos las narices si no son las de payaso y el día de mi cumpleaños volveré a desear que las sonrisas se contagien como los bostezos.