El Cuaderno de Sergio Plou

      


jueves 17 de julio de 2014

Choque de isocarros




    No sé a quién se le ocurrió el tópico del choque de trenes. Supongo que la metáfora intentaba poner al personal los pelos como escarpias, pero a medida que pasa el tiempo y no se produce estrellamiento alguno acabas por fijarte en los detalles. Parece obvio lo que representan los trenes, pero ¿cuál es el significado de la vía? ¿Cómo son las locomotoras y cuántos vagones empuja cada una? ¿A qué velocidad van? La estampa es demasiado cerrada, no favorece las interpretaciones y la idea del choque es sin embargo tan sugerente que despierta en las cabezas desastres de toda laya, en cambio esa vía donde se producirá la catástrofe siempre pasa desapercibida. Tampoco importa un comino el freno automático o la pericia de los maquinistas. Ni siquiera se habla de la niebla espesa que debe cubrir el trayecto. Lo de la niebla parece una deducción que no venga a cuento y sin embargo es fundamental, porque no se explica uno que pueda producirse tal accidente entre locomotoras si las condiciones meteorológicas son las favorables. Y menos aún que lo hagan a propósito, sin embargo a todo el mundo le parece normal.

 
    Es muy peninsular y mediterráneo lanzarse el uno contra el otro a sabiendas de que la paliza no acabará bien, supongo que por eso empezamos dibujando la vía donde chocarán los trenes. Hacemos lo mismo en las canchas disimulando la competición mediante un juego o un deporte, con el propósito de enfrentar a dos selecciones y saber quién gana. La vida se torna entonces una pelea, vendemos bocadillos al público, alquilamos taburetes y hasta sombrillas, y para amenizar la espera contratamos a unos mariachis. A mí no me gustan este tipo de espectáculos. No entiendo a los intelectuales que se prestan a formar bandos para apadrinar a los jefes en este show. Pienso en la democracia como un viaje infinito, sin topes ni vetos, abierto a todas las posibilidades y entre ellas cabe perfectamente no sólo el cambio de mentalidad de las personas sino también el de sus pueblos y naciones. Salvo que la ciencia avance una barbaridad, dudo que salgamos a explorar nuevos mundos y crear colonias en otros planetas. Durante varios siglos, engorden o estrechen las fronteras de cada país, la única certeza es que seguiremos condenados a vivir en la Tierra. A no ser que muramos en el empeño, dicta la lógica que conviene a todos facilitarnos la convivencia. A fin de cuentas somos vecinos y la tectónica de placas todavía no fractura los estados al capricho de sus gentes, así que nos interesa entendernos.

    Partiendo de una base tan simple, como la necesidad de entenderse, lo primero que salta a la vista es la conducta idiota con que manejan los jefes este asunto. Atrapados en una mentalidad de oligarcas, Artur Mas y Mariano Rajoy representan arquetipos idénticos, estructuras similares y comportamientos políticos muy parecidos, de modo que emplean argumentos calcados los unos de los otros y funcionan de una manera muy previsible. Así que estoy de acuerdo en que ambos se aprestan a chocar, pero no estamos hablando entonces de un choque de trenes sino más bien de isocarros. Ambos sujetos sustentan su pensamiento en fórmulas viejas y hasta que no consigamos deshacernos de ellos será difícil desdramatizar la situación. Los dos, a falta de mejores ideas, están empeñados en hacer de la libre asociación de las gentes un magnífico problema. Un problema irresoluble, que les permita incluso vivir de él, como si no hubiera problemas más urgentes que resolver y situaciones más graves para ocuparse. Al común de las personas nos interesa cambiar de líderes y votar a otra peña en el futuro más próximo, inyectar savia nueva en las administraciones, gente sin pasado de corruptelas y con vocación de servir a los ciudadanos, que resuelva de verdad los problemas de la mayoría y vaya transformando a esta sociedad tan mediterránea en lo que a estas alturas de la Historia debería de ser: un ejemplo de convivencia, respeto y solidaridad. ¿No era eso lo que esperábamos de Europa?