En Compostela estaba en el barrio de Vista Alegre. Bajaba un camino que se iba estrechando hasta llegar a un riachuelo que bien podría haber sido donde Millais encontró la inspiración para pintar a su Ofelia. Carol Bret y servidora bautizamos aquel entrañable y apacible lugar como Bienvenido. Ese era mi punto en Santiago. El lugar al que iba a abandonarme en mis pensamientos, a apaciblemente descansar el alma, a encontrarme conmigo misma (a veces tiendo a perderme), a sencilla y delicadamente estar. Un espacio que siendo público, hice mío.
Cuando llegué a Zaragoza, donde actualmente me hallo, me encontré sin espacios. Estaba en una ciudad grande y desconocida en la que, más que nunca, debía encontrar un lugar en el que posar mis ojos pacíficamente, un lugar que fuese punto de referencia, al que poder ir para, sencilla y delicadamente, estar. El descubrimiento de los domingos sin resaca me llevó a buscar rutas para desentumecer el cuerpo y aliviar el alma. Salía con un mapa en el bolso (porque ya adelanté que a veces tiendo a perderme) y caminaba por calles grandes pensando que al llegar a alguna esquina encontraría algo que me haría girar a un lado o al otro, para encontrar entonces, allí mismo, mi espacio. No fue necesario girar, una línea recta me guió. La Gran Vía zaragozana con sus árboles y los cuadros que adornaban el inicio de este paseo los domingos, me condujo hasta una escultura que me conmocionó entera. Fui incapaz de seguir caminando. Mis ojos se clavaron en las figuras como si fuese una obra imantada. Pocas veces he experimentado una emoción tan grande y tan repentina. Había encontrado el lugar al que llegar, el destino de mis pasos, la meta de una mirada que en aquella época era en exceso errante.
Se convirtió en ritual. Salía de mi casa sin mapa, sabía a dónde me dirigía; tenía la certeza de que cuando mis pasos se detuviesen encontraría belleza. La escultura se llama Complicidad y allí llevo a mis amigas cuando vienen a visitarme. Les cuento lo que significa para mí, me emociono explicando lo que en mi ánimo ha provocado desde mi llegada a Zaragoza, giramos a su alrededor y observamos con calma una obra que desprende Sensibilidad (con mayúscula, no es una errata) en cada detalle y en su conjunto. Mi espacio en esta ciudad, sin duda, se llama Complicidad.
¿Por qué hablo hoy de esta escultura si lleva desde el 2003 en la Gran Vía? Es una buena pregunta. El asunto es que hace unas semanas me crucé por la calle con una amiga. Ella iba con un amigo, yo iba con otra amiga. Las presentaciones de rigor fueron muy rápidas y el encuentro breve. Este es Alberto. Encantada, dije yo. Quien nos presentó me aclaró otro día que Alberto era su “amigo, el escultor”, del que ya me había hablado en más ocasiones. Yo, por supuesto, no imaginé ni por un momento en la posibilidad de que se tratase del escultor que había creado mi punto de referencia en la ciudad en la que vivo. Habría sido demasiada casualidad, a mi cabeza no le dio por hacer ese cruce de ideas. Vi alguna que otra obra de su amigo, el escultor. Hermosas y bellas. Y seguí sin relacionar. Ayer, sin embargo, una imagen llamó mi atención. A través de mi amiga llego a un libro que provoca en mí la misma emoción que sentí cuando vi por primera vez la escultura de la que hablo. Una fotografía de Complicidad y un nombre. Alberto Gómez Ascaso.
No puede ser, no es posible, me digo. La conmoción se materializa en lágrimas y los ojos se me desbordan de sal. Alberto, Alberto el escultor, él hizo, el creó Complicidad. Es una historia tan hermosa, un círculo tan especial que de repente se cierra, que no puedo dejar de llorar. Lágrimas azul-alegres. Sin saberlo había conocido al creador, sin siquiera intuirlo había escuchado palabras amables sobre el autor, y sin duda supe que hoy escribiría sobre él y sobre Complicidad en este espacio, porque la perfección y hermosura de este círculo hace que este jueves se inaugure la próxima exposición de Alberto Gómez Ascaso. Del 5 de noviembre al 5 de diciembre en la sala de exposiciones Carlos Gil de la Parra, Paseo Constitución 28 (semiesquina León XIII). Mi sugerencia e invitación queda hecha en este momento. El deseo de que puedan disfrutar y acercarse a una obra que a mí, personalmente, me impresiona-emociona-conmueve.