Enma Darwin es la tataranieta de Charles Darwin. “En mi familia lo más importante es usar la mente”, dice la escritora en una entrevista que publica hoy El País, en su edición digital. Es una premisa que a mí, personalmente, me parece muy atractiva. Sigo en mi línea de considerar el espíritu crítico como una de las características más geniales del ser humano, aunque a veces no esté precisamente de moda (me refiero al espíritu crítico, pues el ser humano siempre está de moda…).
Los pensamientos y las reflexiones exhaustivas nos pueden llevar por caminos poco transitados, donde abunda la incertidumbre y el vete tú a saber. Un poquito más de soledad no es necesariamente algo malo. Si las conclusiones no se ajustan con la masa, tenga usted cuidado al expresarlas, no se vaya a topar con los psiquiatras de turno. Si eres joven, ojito con tu familia, no vayas a convertirte en rebelde sin causa. Si todavía (¿todavía?) formas parte activa de una religión, ¿has pensado qué ocurrirá si contradices sus normas y doctrinas?
Preguntada Enma Darwin por el creacionismo, dice: “Quizás haya gente a quien le decepcione pensar que no somos tan especiales”. Continúa diciendo que especiales sí que somos, pero, continúo yo ahora, no por designio divino. Yo, que me crié en una familia muy religiosa, no podría decir que me inculcaran que lo más importante es usar la mente. Cuando en el instituto nos enseñaron la evolución yo abandoné el aula. Con un par. No me daba cuenta de que lo que estaba haciendo era un ejercicio de intransigencia, un acto de prepotencia, un ejemplo más de cómo a veces nos negamos a escuchar otras voces que, sencillamente, no suenan como las nuestras. Cuando más tarde pensé que necesitaba un poco más de soledad y un camino menos transitado para pensar (en el que no todo estuviese ya pensado, acabado, alicatado, masticado) me encontré con el dolor de mi familia que consideraba que, por el mero hecho de querer pensar por mí misma, me iba por el mal camino. El mal camino me costó más de un disgusto, pero en él quiero permanecer a pesar de que a veces la sociedad me atraiga fuertemente hacia la comodidad del sofá-tdt.
Somos especiales. Un día, mi amiga Sole se puso a hablar espontáneamente sobre el ser humano y los animales. Decía ella que no sabemos volar, que corremos más bien lentos, no somos muy diestros subiendo a los árboles, ni tenemos un oído particularmente desarrollado. Nadamos fatal y no podemos estar mucho tiempo bajo el agua sin ahogarnos, no tenemos garras ni colmillos afilados, nuestra piel se nos queda corta cuando llega el frío… en fin, concluía Sole, que menos mal que somos listos. Tenemos lenguaje (disculpen mi insistencia) y tenemos ideas. Tenemos imaginación y fuerza creativa. Y a pesar de tener lenguaje, ideas, imaginación y fuerza creativa (disculpen mi reiteración), tenemos también muy mala memoria. O lo que es lo mismo, tropezamos en la misma piedra una y otra vez. Conmemoramos la caída del muro del Berlín, olvidándonos a veces de los otros muros que quedan en pié. Nos horrorizamos ante el genocidio que perpetraron los nazis y vemos las películas de esta época con la lágrima siempre a punto de caer, olvidándonos de que se siguen cometiendo genocidios a diario. Nos seguimos creyendo el centro del mundo, seguimos pensamos que aquí y ahora tenemos la razón y somos portadores de la verdad. Mi madre me contó un día que cuando era pequeña y veía la última montaña que alcanzaban sus ojos, pensaba que allí acababa el mundo. Bonita metáfora para una realidad cruda que no tiene ninguna justificación a día de hoy.
Si nos consideramos especiales porque tenemos la capacidad (y yo añadiría, la obligación) de pensar, o si nos consideramos especiales porque un dios nos creó; sea por una causa, por la otra, o por una tercera o una cuarta… deberíamos siempre recordar que, entre tantos millones de mentes pensantes, quizá yo no tenga la razón y la verdad sobre cualquier asunto; y quizá mi cultura y sus normas no sean las mejores. Y con Nietzsche vuelvo ahora, para concluir, “Un nuevo lema. Nuevos filósofos. La tierra moral también es redonda. La tierra moral tiene también sus antípodas. Los antípodas tienen también su razón de existir. Hay que descubrir otro mundo todavía, y más de uno. ¡A los barcos, filósofos!”.