lunes 18 de enero de 2010
Desesperanza
La indignación está dando paso a la desesperanza, aunque es difícil saber si sufrimos por reflejo o gracias a la provocación. Hace unos años colocabas un téster en cualquier cerebro y echaba humo, en cambio ahora ni se mueve la aguja. Las encuestas no prestan la más mínima atención a la política. La confianza en los representantes no está por los suelos ni aburre a las ovejas, sencillamente no es tema de conversación. Tan sólo los radicales, es decir, los afiliados y creyentes de siglas partidistas, le dedican al asunto varios minutos e intentando no hacer proselitismo, porque resultan cargantes y han perdido la credibilidad. Como la mayoría de la población está saturada de palabras y buenas intenciones, se deja llevar por las imágenes. No hemos llegado a ver en nuestras calles que arrastren a un sujeto por las piernas y le prendan fuego, Europa no es Haiti. Mediante una simple comparación podemos decir que nos quejamos de vicio. Puestos a encontrar semejanzas resulta que en este estúpido juego de rol que es la existencia nos ha tocado vivir en el paraíso terrenal. Sin casa o sin trabajo, incluso viviendo en un cajero automático, es evidente que aún no estamos en el abismo. Existe un margen para el deterioro que los políticos siembran de frases, un precipicio que al contemplar ciertas fotografías nos corta la respiración y espanta el ánimo: entre la penuria más absoluta y la miseria que clama al cielo, el cable de la vida todavía puede tensarse en el Caribe hasta provocar una agonía infinita. Al dolor del hambre le sobreviene de pronto un terremoto, la inaguantable exigencia de sobrevivir a calvarios que se ligan sin esfuerzo, como si un desastre llamara a otro y corriera la voz, dando lugar a la horripilante llegada de tipos salidos del Averno, individuos que te atan una cuerda a los tobillos, te dan un paseo entre los escombros y después te queman vivo. Así es el planeta Tierra, así es el reino de la desolación. Las excepciones que confirman la regla no son otra cosa que un vergel incomprensible, el limbo al que huyen los supervivientes buscando refugio. Un espacio donde ya no existe la indignación.