Dicen los de Amazon, la empresa que lo vende todo por internet, que están trabajando con drones para ver si es posible enviar las compras a domicilio. Por lo visto se funden un pastón en transportar cualquier zarandaja y tirando de drones no sólo llegarían antes a casa de sus clientes sino que ahorrarían una billonada en sueldos de camioneros y repartidores.
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El aeromodelismo está alcanzando unas cotas impensables. Lo mismo sirve para el espionaje que para sembrar de bombas una comarca, tal vez por esa multifuncionalidad comentó el PSOE últimamente que podrían sustituirse las alambradas de cuchillas en Ceuta y en Melilla pon un puñado de drones. Igual pretenden arrojar desde los cielos peladillas a los inmigrantes, pero también pueden barrer la frontera con gas lacrimógeno y aquí paz y después gloria. La cuchillería lo deja todo perdido pero los avioncitos teledirigidos son requetelimpios y efectivos. El problema es que todo lo que vuela puede caer o estrellarse, por eso tiene que estar vigilado por el sistema de aviación civil para que no haya accidentes y aún con todo es posible que un helicóptero, como pasó en Escocia, caiga encima de un pub y se lleve por delante a media docena de parroquianos.
En cualquier caso hay mucha pasta en juego y el panorama que nos aguarda, si no se le pone algún freno a este negocio, podría ser desolador. Si ya de por sí resulta inaguantable la circulación rodada en cualquier ciudad del mundo, imagínense ahora que sobrevuelan nuestras cabezas un montón de chismes y cachivaches. Ya sea con el propósito de espiar nuestros movimientos, sustituyendo así a la policía de proximidad por un ingenio mecánico, o con la estúpida idea de vendernos cualquier sandez, llegaríamos a un extremo en que los insectos resultarían menos molestos y dañinos que un enjambre de drones.
Se ha dicho muchas veces que las palomas son las ratas del aire, pero es que los drones podrían ser las nuevas cucarachas voladoras. O las avispas. Lo mismo se apelotonarían en nuestras ventanas para entregarnos un paquete que para estampar en el vidrio una cámara, una escucha o un holograma publicitario, de modo que tampoco sería difícil comerse un artefacto de este género al doblar una esquina o al tender la colada. Los drones pintarían nuestras fachadas y hasta regarían nuestras plantas, sacarían de paseo a los abuelos y llevarían a los nenes al colegio, es una simple cuestión de diseño y tecnología construir artefactos de toda laya. Es una simple cuestión de tiempo y de dinero que el uso de seres humanos en las cuestiones laborales se reduzca al mínimo imprescindible. Los grandes jefes del cotarro llevan décadas promocionando la mecanización de la producción y la distribución de sus productos. Se habla mucho de los robot, pero el uso de los drones para cualquier asunto, por enfermizo que resulte, podría dar un juego asombroso. La imaginación de Julio Verne se esbafaría como una gaseosa de haber conocido la fantasía que despliegan los ingenieros actuales, los que proyectan al viejo aeromodelismo hacia una escala de producción industrial.