El Cuaderno de Sergio Plou

      

viernes 25 de marzo de 2011

El derecho a cascarla




  Creo que si no podemos vivir dignamente al menos debe garantizársenos el derecho a cascarla con libertad. Dudo mucho que los diputados aragoneses hayan firmado algo semejante en las Cortes de la Aljafería, pero hubiera sido lo justo. Las normas están dictadas para atar en corto a la peña, no sólo para evitar sus desmanes. Las gentes de orden, los que necesitan que el común de los mortales no se vayan de la pinza y comiencen a organizar motines y algaradas, suelen preocuparse en demasía por los derechos de los suministradores de fármacos. Hablan de que los médicos pueden abstenerse a la hora de inyectar un sedante o desconectar la maquinaria que mantiene vivo a un moribundo. En resúmen, quieren liberarlos de cualquier compasión ante el dolor de las víctimas si así lo desean. En Aragón, por lo tanto, se ha optado por unas tintas medias. No se colabora en una eutanasia, simplemente se le da una palmadita en el hombro a los médicos que quieran encogerse de hombros ante la fatalidad. Es un avance porque ya no se les va a enchironar, pero tampoco es como para tirar fuegos artificiales. Si no hay más remedio que morirse, si no existe posibilidad alguna de seguir cotizando, se nos puede dejar marchar y como somos majetes, en caso de que suframos mucho, se nos puede dar algún opiáceo para que el viaje sea más placentero. Sin abusar, por supuesto. A esta mentalidad se la denomina: muerte digna. Y para terminar una legislatura, antes de las elecciones municipales y autonómicas de mayo, podemos afirmar que menos da una piedra.

  Es surrealista que en plena crisis y con un desempleo demencial, la ley más importante que se haya aprobado en un parlamento autonómico se limite a garantizar un tránsito benévolo a la fosa común. Se puede parir sin dolor y morir con un buen colocón, lo que ocurra entre el nacimiento y la tumba corre por cuenta propia. En la plutocracia en la que nos desenvolvemos es difícil funcionar si desde la cuna no se tienen bien cubiertas las necesidades. Con dinero se puede conseguir cualquier cosa, y sin dinero lo máximo a lo que podemos aspirar es a una muerte sin dolor. Es la diferencia entre una sociedad evolucionada y una satrapía misericordiosa. La mentalidad cristiana es así de guapetona: no te da pan ni te enseña a que lo consigas, pero tampoco soporta que te quejes. Al modelo del PP le gusta que la peña muera con el sufrimiento que dios le envíe y tallan a los individuos por su resignado silencio y su resistencia al dolor. Al modelo del PSOE le da igual la entereza mientras no se queje el moribundo. Son dos modelos de un mismo esquema, se apenan mucho pero no colaboran y en el mejor de los casos te sedan. La realidad es que uno no puede cascarla cuando lo desee, salvo que se tire por un puente y acierte. Está prohibido escapar de un mundo tan maravilloso, aunque no tengamos acceso a sus delicias. El suicidio —propio o asistido— es el resultado de una enfermedad psicológica pero nunca un error del sistema. Esta moralina permite contradicciones asombrosas. Desde montar guerras para evitar masacres a esclavizar a la gente para lucrarse, sin embargo no soporta que nos vayamos suicidando por ahí tan rícamente, que nos rindamos sin más ni más. ¿Quién iba a pagar nuestras deudas?