miércoles 1 de diciembre de 2010
El paisaje
Hay que decirle a la población que estamos atravesando un momento histórico. Del cariz que tomen los acontecimientos quedarán marcadas nuestras vidas y las vidas de las generaciones futuras. Siempre ha sido así, pero ahora es de una nitidez aplastante. Los poderes fácticos (los amos del dinero, las armas y las medicinas) se han coaligado en una tendencia que parece imparable. La pelota está en el tejado de la información y no hay que ser muy tonto para adivinar que tras esta barricada se parapetan el arte y la ciencia, terrenos profesionales donde subsisten todavía los últimos reductos del libre pensamiento. Para crear una sociedad completamente muda y alienada es menester que caigan dichos bastiones. En los coletazos del conflicto social vamos a descubrir carroñas de todo tipo, miserias humanas de nuestros dirigentes políticos y económicos, y según se resuelvan entraremos en la siguiente fase. El calvario será largo y doloroso.
Asistimos con perplejidad a la tenaza económica que impone el Fondo Monetario Internacional, las corporaciones industriales, las grandes sociedades financieras y en general las fortunas del globo, sobre ese espacio intermedio de bienestar que se va desmoronando en Europa y que apenas representa un corcho frente al precipicio del hambre y la ruina en el tercer mundo. El capitalismo puro y duro, en su cara más abyecta, se está devorando a sí mismo y a cada mordisco que pega se tambalean las estructuras sociales. Un monstruo de esta naturaleza es incapaz de comprender que los beneficios obtenidos por una minoría a costa del empobrecimiento de la clase media no auguran un futuro prometedor para sus vástagos, al contrario, los condenan a ser los príncipes de la desolación y a devorarse después entre ellos. Ser más productivos y competir sin ton ni son sólo conduce a la creación de tiránicos monopolios, pero esta maquinaria —apoyada por la legalidad vigente— una vez que se prende la mecha funciona de manera automática. Es como una cinta sinfín, que sólo se detiene cuando falla la corriente eléctrica.
El periodismo de investigación se ha visto obligado a encastillarse entre los hackers, un espacio donde las leyes rebotan contra el parabrisas de internet, ese refugio tecnológico desde el cual todavía se puede avergonzar a la clase dirigente. Veremos lo que dura.