Las gentes que empezaron a trazar los primeros mapas del mundo se dieron cuenta enseguida de que podían estampar el planisferio en una sola pieza de tela, creando así una miniatura que maravillaba a los comerciantes y a su clientela, lo que dio origen a un próspero negocio de pañuelos. La idea de que todo el planeta cabía en un moquero causó tal estupor que se extendió exitosamente a lo largo de los siglos, así que hoy la gente adinerada no tiene ningún reparo en sonarse las narices con el globo terráqueo.
Según cuentan las revistas del corazón parece que Marta Ortega, la hija de Amancio y presidenta no ejecutiva de Inditex, se ha comprado un avioncito, el Gulfstream G650ER, ese modelo de yet privado que poseen otros multimillonarios como Elon Musk, Bill Gates o Jeff Bezos, por el módico precio de 65 millones de euros. Desconozco si la factura es con IVA o sin IVA, pero a la hora de hacer números para averiguar el volumen total del dispendio, calculen que un yet normal y corriente se traga mil litros de combustible a la hora. Y sólo de pensar lo que costará el garaje, las nóminas de la tripulación, pasar la ITV, el impuesto de circulación y cambiar el aceite, a cualquier contribuyente se le cerrarían los chacras, por no decir otra cosa.
Sobrecoge que una nave de semejante suntuosidad sólo pueda transportar entre sus alas a un máximo de 19 personas, ya sea despiertas o roncando a mandíbula batiente, y sólo existen 560 unidades de dicho ejemplar dando vueltas por el mundo. Quizá tengamos que agradecer al fabricante que su producción sea escasa, porque cada uno de estos aparatos por término medio origina anualmente entre cuatro mil y seis mil toneladas de dióxido de carbono. Sólo en España, gracias a este tipo de viajes, se arrojaron a la atmósfera más de doscientas cuarenta mil toneladas el año pasado.
La diferencia entre tirar de bono bus o echar una cabezada en un yet privado, es que si le das caña al avión surcarás los cielos a match 0,9 y recorrerás 13.800 kilómetros de una tacada, pero que si pisas el acelerador del tranvía o del autobús municipal un poco más de la cuenta lo único que volará por los aires será un nutrido grupo de jubilados, cuyos reflejos se harán papilla en un mar de blasfemias y gritos de socorro.
Ahora que una tercera parte de la población española, según las encuestas de Instituto Nacional de Estadística, considera un sueño irrealizable el mero hecho de organizar una escapada de dos o tres días para «tomarse unas vacaciones», cualquiera se daría con un canto en los dientes si tuviera la ocasión de rasgar el horizonte a lomos del avioncito de doña Marta, la única compatriota que puede permitirse el lujo de recorrer el mundo a lo grande y sin complejos. No en vano, según cuentan las revistas, la forma idónea de atender con eficacia su floreciente negocio internacional es viajando en yet, así que, con suerte dentro de unas décadas, igual la vemos jugando a ser astronauta y abriendo una tienda de Zara en la Luna. Así es la vida. Hay mujeres que sufren el techo de cristal, hay otras que se enfangan en suelos pegajosos, y luego está la hija de Amancio, que juega en otra liga. El planeta para ella no es un pañuelo sino una cama elástica, le basta con dar un saltito y enseguida se viene arriba.