A veces no es necesario realizar presión alguna sobre el gobierno, es cuestión de preguntar tozudamente sobre un suceso en concreto y aguardar con paciencia a que se ahogue en sus propias palabras. La secretaria general del partido popular, una vez que entra en materia, ofrece a menudo singulares ripios a la concurrencia. Respondiendo a las interrogantes que se abrían sobre el finiquito de Bárcenas, apodado ya como el señor de la peineta, acabó diciendo que los últimos emolumentos percibidos por dicho sujeto no eran nóminas en realidad sino la indemnización prorrateada de su despido. Como nadie al que hayan puesto en la calle percibe semejante indemnización (cuatrocientos mil euros, quizás medio millón), y menos aún se la pergeñan de manera encubierta, como si fuese un sueldo, los periodistas continuaron preguntándole al respecto y la Cospedal acabó metiéndose en un jardín. En el jardín donde se hallaba debía combinar varios conceptos sin dar la impresión de haber realizado una pirula. Aunque la triquiñuela legal era palmaria, la Cospedal se empeñó en hablar de indemnizaciones simuladas en diferido, creando así un nuevo eufemismo que disimulaba a su parecer el pegote. Hay pegotes que son complicados de olvidar y este es uno de ellos, porque un despido finaliza siempre con la actividad laboral del afectado, cuya forma se concreta concluyendo la cotización a la seguridad social del individuo, jamás extendiéndola durante un par de años. A no ser, claro está, que hubiese un acuerdo oculto entre la empresa (partido popular) y el supuesto despedido (Bárcenas), circunstancia que añadiría un plus de turbiedad a la relación entre ambos.
|
En cualquier caso, vaya o no vaya Bárcenas a entregar sus sobres, recaude o no recaude para el PP, legalmente estuvo contratado hasta enero, y así lo demuestran las retenciones que aplicó Hacienda sobre sus jornales. Como la propia Cospedal, a medida que iba dándole a la lengua, dejaba un rastro tal de incongruencias que provocaba su propio asombro, terminó amparándose en el gabinete jurídico de su partido, al que derivó a los presentes para que la dejaran en paz. Pero nadie contempló a través de las cortinas anexas que algún letrado se dispusiera a salir en su defensa para aclarar el entuerto. De hecho, cabe la posibilidad de que la pregunta siga flotando en el aire de la sala de prensa hasta que la Cospedal consiga engañar a un miembro de su gabinete jurídico y explique por fin lo inexplicable. Mientras tanto podemos enterarnos de que Bárcenas, el de la peineta, en su momento cumbre de trasiego de divisas llegó a amasar treinta y ocho millones de euros en Suiza, capitalillo que distrajo el hombre -según cuenta- comprando y vendiendo cuadros, una afición que lo califica como marchante. El juez, por lo que dicen las crónicas, no ha terminado de tragárselo y ha dispuesto que le traiga el pasaporte, no fuera a darse el piro con la excusa de heliesquiar en Laponia. Que todo podría ser.
Así que la extraña simulación en diferido que propuso por la mañana la Cospedal, ha terminado a última hora de la tarde con la retirada del pasaporte de Bárcenas. Le podrían haber puesto un cepo en la pantorrilla, pero las medidas cautelares del juez tan sólo obligan al de la peineta a que comparezca cada quince días ante él. Estoy convencido de que mucha gente, si le hubiesen permitido elegir, le hubiera colgado al cuello un collarín explosivo (como en la película Wedlok). Incluso hubieran propiciado un sorteo para ver quién se queda con el mando a distancia. Ahora sólo resta por conocer la respuesta de Bárcenas. ¿Guardará algún cartucho en la recámara o es que iba de farol?