jueves 23 de septiembre de 2010
El peso del mundo
Las teorías de la conspiración no surgen por generación espontánea, nacen más bien de la falta de credibilidad que tienen algunas explicaciones que nos regalan nuestros jefes. Los gobiernos, cuando se producen atentados, guerras e incluso desastres naturales, en ciertas ocasiones ofrecen a la población unas versiones tan infantiles que resulta lógico cuestionar sus palabras. Como se destinan cientos de millones al espionaje, no es la primera vez y desgraciadamente creo que tampoco será la última, que se altere la presentación de los hechos para justificar acciones previas o posteriores. Los gobiernos, igual que las direcciones de las grandes empresas, no están obligados a ofrecer detalles. Simplemente informan de lo que quieren y ocultan lo que no les interesa, dicen que es así por seguridad. La seguridad permite hoy cualquier despropósito y garantiza que los líderes se sientan impunes. Tienen que pasar décadas para que se abran los archivos de la Historia y podamos descubrir si era cierto lo que nos contaron o formaba parte de una estrategia política, económica o militar y para entonces importa un rábano.
Los medios de comunicación son empresas privadas. Destinan poco capital a investigar las noticias y sólo cuando ven comprometido su negocio se juegan la pasta de veras. Dedicar tiempo y dinero a cuestionar lo que nos dicen resulta tan caro que no compensa y poner en solfa cualquier postura institucional, en vez de favorecer las respuestas acaba volviéndose contra el que pregunta que, acusado de paranoico, termina con su prestigio por los suelos. El resultado es que llueve el maná y todos decimos amén. Nadie discute la actualidad, suele ser tan aburrida que en la mejor de las opciones nos limitamos a opinar sobre lo que nos cuentan y a ser posible tomando partido a favor de una de las dos mentalidades políticas que están condenadas a dirigir los designios de los pueblos, aquellas que se han comprometido a realizar escasos cambios sociales para que la realidad no cambie de una manera significativa. Es más cómodo no pensar. No hacerse preguntas. Montar en la bicicleta que nos han colocado entre las piernas y como mucho quejarnos si las ruedas no están bien infladas. Se vive más feliz, se llega a viejo y con las neuronas intactas. Al fin y al cabo, todo es por nuestro bien, ¿no?