jueves 31 de marzo de 2011
La lámpara maravillosa
A uno le gustaría a veces intercambiarse por el osito Po, el panda del zoo madrileño que le atizó un soberano mordisco a la reina Sofía. Con todo su joyerío encima, estaba sonriendo esta señora muy confiada a los fotógrafos mientras acunaba al inocente animalillo en sus brazos, cuando se llevó de premio una dentellada. No hizo sangre, de modo que no fue grave y es una lástima, porque de haber estado en su pellejo la escena hubiera sido más «gore». No es un pensamiento sano, lo reconozco, pero al ver las imágenes no se me ocurrió nada mejor: la venganza de la naturaleza me pareció escasa. También se me antojó una minucia que el sobrino del rey fuese pillado en falta por la llamada prensa del corazón y acabase abriendo los titulares del «qué me dices», o de otros medios de escarnio público similares al anterior. Supongo que a estas alturas están curados de espanto y les resbala.
Por lo que cuentan, el sobrino y su esposa se fueron de boutiques el otro día y como no encontraban un sitio para aparcar dejaron su coche tan rícamente en medio del carril del autobús. Eso sí, para que no se lo llevara la grúa depositaron sobre la guantera un disuasorio cartelito: «Prioridad oficial, casa de su majestad el rey». Igual que ocurre en los dibujos animados del coyote y del correcaminos, me hubiera gustado aparecer con una apisonadora y reducir a chatarra el vehículo del sobrino en cuestión. O convertirme en conductor del primer autobús que llegara y en un gesto kamikaze empotrarlo contra el coche que estaba obstaculizando la vía. También me hubiera encantado transformarme en el segureta de la boutique, aunque fuera por un instante, y arrearle allí mismo al sobrino del rey una buena andanada de porrazos. Son ideas lamentables, no ya por la violencia que entrañan sino por lo infantiles que me resultan, pero es tal la impotencia que de repente te inunda la indignación y te hierve la sangre, entonces cometes atrocidades tremendas, aunque sea en sueños. Tendría que hacérmelo mirar, porque desconozco si hablo del sueño de los justos o de la justicia de los soñadores.
Me parece en cambio sublime que las personas de las que escribo carezcan siquiera de un mínimo de autocrítica y con los tiempos que corren no se les ocurra otra cosa que aparecer frente a las cámaras sosteniendo ositos panda o aparcando como les da la real gana. Es como si no les estuviéramos pagando sus sueldos, ni los de sus asesores de imagen, cuyas faenas están en franca decadencia. Es como si vivieran en otro mundo, tal vez en un mundo de ensueño, donde es factible abandonar el vehículo en pleno centro de Madrid o hacer mimos a un mamífero en cautiverio sin que nada cambie a su alrededor. Las prioridades oficiales están entonces a años luz de las prioridades corrientes y molientes. Se puede ser reina, reunirse con los selectos miembros del club Bildelberg y arrullar a un osito del zoo mientras le decimos a la gente que se apriete el cinturón porque vienen mal dadas. La crisis no llega a la realeza, ni siquiera la roza y aún menos la transforma, así que tal vez sus sueños, de llegar un día a conocerlos, resulten a nuestros ojos tan extraños como impredecibles. Igual es que nos han robado la lámpara maravillosa.