La democracia ya está muy descafeinada, parece un lujo reservado a una élite, de modo que para soportar el contraste entre la realidad y la ficción, al menos con un mínimo de dignidad, se han propuesto los amos cambiar las reglas del juego. Lo que antes se valía ahora no se valdrá. O dicho de otro modo, que la ley que está preparando el ministerio de interior pretende acabar con la desobediencia civil a golpe de talonario. Entre otras razones porque soportamos los golpes y los porrazos con cierta resignación, pero a la hora de pagar nos ponemos todos muy dignos. La dignidad, para los jefes, es sinónimo de aguante y estoicismo, de saber encajar en silencio las hostias que te mete la vida. La vida es aquí un eufemismo, en el sentido local y en el que se desprende del párrafo. Del mismo modo que no casan los conceptos de seguridad y de ciudadanía, tampoco la vida -como ente abstracto- te mete un porrazo en los higadillos o te salta un ojo de un pelotazo. Aunque la vida te empuje a quejarte, será el gobierno el que te multará por hacerlo, convirtiéndose en juez y parte a la hora de cualquier reclamación. No me extraña que Mariano, siguiendo el hilo de un argumento absurdo, se haya atrevido a pronosticar que los españoles, más pronto que tarde, recogerán con creces el fruto de la austeridad y del sufrimiento. Tan sólo es cuestión de aguantar. Y a ser posible como pánfilos.
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Lo idílico es que todos soportáramos con gusto semejante regresión, pero cierta gentuza se empeña en dar la tabarra. Estos desalmados han vivido tan por encima de sus posibilidades que si no hacen algo llegará un día en que se los van a comer vivos. De ahí que comiencen por ponerle un precio al insulto. Abroncar a un guardia amparándose en la multitud queda fatal en los telediarios, así que no hay mas que dos opciones: o se omiten estas noticias o se deleitan los presentadores en ellas para que sirvan de escarnio público, como si los que salieran a protestar fueran vagos y maleantes, además de unos maleducados. Los telediarios de hoy se parecen cada día más a un álbum de bodas, donde sólo pasan a la posteridad los momentos estelares.
Si es triste que ante tanta injusticia sólo nos reste el recurso al pataleo, lo mismo en las manifestaciones aprobadas por las delegaciones del Estado que en forma de algaradas espontáneas (los antiguos saltos) o a modo de escraches, dada la cantidad de todas ellas y el problema de imagen que reporta a nuestros insignes estadistas, han tenido a bien los políticos recortarlas mediante todo tipo de multas. Al uno por ciento de la población le molesta ya tanta queja, tanta marea y tanta mala leche reconcentrada por todas partes, de modo que han dispuesto un catálogo de infracciones para que nos resulte imposible abrir la boca sin recibir, aparte de la estopa habitual, el correspondiente sopapo económico. Es lo que tiene la autoridad, que sin ejercer el autoritarismo se siente a merced de cualquiera.