miércoles 15 de septiembre de 2010
Limpiamente
Ahora no se vive deprisa. Más bien, como afirman los anglosajones, te actualizas de manera instantánea. Si en un par de minutos puedes quedar desfasado, el hecho de ausentarse un par de días supone que dejas de existir. Que no eres rentable. Desaparecer varios meses de la circulación supone tal lujo que en el mejor de los casos te conviertes en un recuerdo. Es la triste consecuencia de estar sufriendo una época instantánea. ¿Dónde estabas cuando ocurrió tal suceso? ¿Qué piensas de este asunto? ¿En qué andas ahora mismo? La banalidad es la raíz cuadrada de lo auténtico, la pesadilla diaria contra la que deben pelear los amantes. Si la necesidad del éxito nos empuja a fingir, a desarrollar la hipocresía para responder a las expectativas, podemos darnos con un canto en los dientes. Un día nos escucharemos decir con cierta sorna que tenemos algo nuevo entre las manos y es muy probable que lo único que estemos manoseando sea la futilidad de nuestra propia existencia, esa alegre tontería de continuar caminando entre los vivos como si jamás fuéramos a morir.
La anamorfosis está en pleno auge, hasta el extremo de que ya parece la respuesta a un exceso en la perspectiva caballera. Nos limitamos a masticar. Somos un tic nervioso, el producto neto de la aldea global. O hablando de una forma menos marciana: de tanto obligarnos a observar la realidad a vuelo de pájaro no sólo se han deformado los electrodomésticos sino también las corporaciones que los fabrican e incluso las personas que trabajan para ellas. Sólo podemos enfocar los contornos situándonos en el punto de vista correcto. Religiones, gobiernos, bancos y medios de comunicación nos cuentan constantemente que no hay más remedio que entregarse, rendirse, ponerse a tiro. Es la única manera de tener una excelente fotografía de conjunto. No somos ciudadanos, ni siquiera contribuyentes o consumidores. Ellos narran y nosotros ejercemos de espectadores. Lo tomas o lo dejas, es lo que hay.
Por mucho que el GPS nos localice al centímetro sobre el globo terráqueo resulta inevitable seguir buscándose a uno mismo, al menos para continuar sin encontrarnos. Como los seres humanos no cambian, que sólo cambian las circunstancias, está resultando demasiado fácil contarnos los argumentos más inverosímiles y que los vayamos engullendo en mitad de una cerrada ovación. Consumimos miedo como si se tratara de jamón y en la carrera de quién la suelta más gorda comprendemos que el viejo juego del apocalipsis todavía funciona, basta con repetir los chismes hasta la saciedad. Sin embargo, la ficción es un arma de doble filo. Tarde o temprano caen las verdades más profundas, las mentiras más burdas y al final, aunque sea por aburrimiento, nos encontramos en la casilla de salida: a solas con nosotros mismos. Nos conviene echar el freno de mano y contemplar el paisaje, extraer nuestras propias conclusiones y ponernos de nuevo en marcha. Es lo que he tratado de hacer durante estos meses, y con la esperanza de no cagarla regreso de nuevo a dar la brasa.