Sostiene Mariano (si a estas alturas Mariano es capaz de sostenerse a sí mismo puede sostener ya cualquier cosa) que en materia de corrupción no conviene hacer generalizaciones. Aunque quizá no sea el sujeto más indicado para hablar de generalizaciones y el momento escogido para referirse a ellas ofrezca la sensación contraria, sabemos que a Mariano le gusta soltar frases de cajón y mucho más si las vierte camino de Chile y a dos mil metros de altura. El presidente de gobierno, cuando todavía estaba en la oposición, creía que los aviones le otorgaban un aire tan cosmopolita que solía aparecer ante los reporteros en mangas de camisa. En aquella época aún se sonrojaba Mariano ante los medios, como si hacer el chorlito le viniera grande, ofreciendo a los presentes confidencias de pacotilla y poniéndose didáctico entre los periodistas iba creando en el avión un retablo donde sentirse cómodo, tal vez el mismo hábitat de su juventud, cuando los padres jesuitas lo sacaban de excursión.
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Este paripé en los aviones se puso de moda entre los mandatarios hace tiempo y alcanzó su cénit con Wojtyla, el papa viajero. Los encargados de imagen no tardaron mucho en darse cuenta del punch que tenía presentar a los jefes de una manera informal, como si estuvieran trabajando. Ahora se ha convertido en un trámite, y a veces engorroso, porque no hay mucho que hacer mientras pasan las horas y porque una vez que empiezas a darle a la lengua no hay manera de escapar a las preguntas más fangosas. Además, en un entorno presurizado las posibilidades de huir disminuyen sobremanera y las dotes de Mariano como paracaidista son francamente nulas, así que optó, según cuentan las crónicas del último viaje a Chile, por no pillarse los dedos con nada de lo que fueran echándole encima. Es más, le sacudió el muerto a una tal Carmen, la nueva tesorera de su partido y al mismo tiempo encargada de investigar todo el fangal que rodea a Bárcenas y los sobresueldos. Hasta que esta señora no se pronuncie al respecto, Mariano ni siquiera va a desmentir que haya metido la mano en la saca. Sabe que en el juego floral de la política no se cumple el dicho de quien calla otorga, más bien al contrario, cualquier comentario podría ser utilizado después en su contra. Así que no sabe, no contesta.
Estoy convencido de que este epígrafe en las encuestas debió de inventarlo algún político. La indefinición del que no sabe o no contesta -particularizando en Mariano, el registrador de la propiedad más joven de la península- podría indicar que el presidente del gobierno no está dispuesto a mover la quijada mientras quepa la menor duda de su inocencia. Y es difícil llegar a esta conclusión cuando obran en manos de Bárcenas nueve cajas de documentos que probarían no sólo la financiación irregular del partido, sino la complicidad de sus dirigentes, aparte de un montón de fotocopias sobre los talones entregados por los grandes empresarios al partido y que no se declararon después al Tribunal de Cuentas. Es lo que ocurre cuando afloran de repente veintidós millones de euros en Suiza. Resulta más extraño, sin embargo, que a mediados de este año destapara el New York Times una lista de casi seiscientos españoles con cuentas en ese mismo país y que, salvo la amnistía fiscal del gobierno, poco o nada haya trascendido desde entonces.
Es alucinante, a modo de ejemplo de todos estos defraudadores, que el señor Botín haya ido amasando en el HSBC casi dos mil millones de euros desde la guerra civil. La propia Agencia Tributaria, por activa y por pasiva, se cansa de asegurar que cerca de cuarenta y cuatro mil millones de euros se distraen al fisco en paraísos fiscales y que la mayor parte están relacionados con familias de renombre, directivos de grandes empresas y banqueros. Además, las investigaciones que practican los inspectores de Hacienda sobre estos individuos tarde o temprano se topan con la negativa del gobierno de turno, lo mismo con el PSOE que con el PP, a continuar los procesos más llamativos. Es lógico pues que, en un contexto tan malsano, anunciar auditorías externas e internas con el propósito aparente de descubrir el trajín de los sobres, lejos de calmar la indignación ciudadana produzca sorna o hilaridad.