El Cuaderno de Sergio Plou

      

jueves 28 de febrero de 2013

Populistas




  Tras las últimas elecciones italianas hay gente con un don tan especial que son capaces de separar el grano del trigo. Quizá se fijen en los dedos de frente que tienen algunos políticos, en la calva que lucen o en el número de cirugías estéticas que atraviesan su rostro. Para mí es un misterio, pero esta facultad les permite señalar a los populistas sin despeinarse y a menudo concluyen sus diatribas imaginando lo que ocurriría en nuestra península de registrarse en las urnas unos resultados semejantes. Supongo que en el fondo están hablando de la gobernabilidad de un territorio, y mucho más en el fondo todavía de la capacidad que tendrá el nuevo gobierno para meter a sus ciudadanos en cintura. Este asunto preocupa un montón a los medios, que en su mayoría son bastante carcas, y también a esa entelequia a la que llaman los mercados, que en este país no pasan de mil quinientos ricos y que se nos han subido todos a la chepa. Pero si rascamos un poco enseguida caeremos en la que cuenta de que el populismo, ese mal endémico que azota a los italianos, es indiferenciable del resto de las opciones. Por eso no me explico cómo consiguen distinguirlos.

   A mi juicio, y para fijar unos mínimos, no deberíamos confundir los tiranos con los populistas. Es cierto que ambos prototipos se emborrachan con las palabras hasta dar la impresión de que les pasa algo en la boca, pero no es lo mismo sufrir a un dictador cretino que a un cretino a secas. El problema es que en las cúpulas de los partidos existe un tremendo overbooking de hipócritas, por lo tanto hay que estar despierto para comprender su idioma y no caer en sus zarpas. Para no equivocarme con los políticos, sobre todo en época electoral, suelo aplicar a sus intervenciones la más vulgar de las clarividencias: el sentido común. Gracias a este sentido intento simplificar los enunciados a una pregunta simple: ¿entiendo lo que dice? Si a un político no se le entiende sólo pueden ocurrir dos cosas: o no sabe expresarse mejor o no le interesa. Así que es muy probable que en vez de contarnos la verdad nos esté tomando el pelo. La jerga de los eufemismos, sobre todo económicos, es ya una mala señal, porque da la sensación de que está vendiéndole la moto a una minoría, a la que conviene tranquilizar con los ripios que utiliza.

  En el supuesto de pasar la primera criba, podemos hacernos ya la siguiente pregunta: ¿me estará mintiendo? Muchos analistas sustituyen la mentira por el nivel de confianza o la credibilidad, pero no responden a la pregunta. Si un político dijo en otra legislatura que iba a hacer algo y no lo hizo, salta a la vista que mintió. Es evidente que cualquier persona tiene derecho a cambiar de postura con respecto a cualquier circunstancia, pero a las que viven de la política y representan además a sus votantes durante cuatro largos años, debe exigírseles que no prometan lo que no pueden o no quieren cumplir. Resulta muy fácil dar tres cuartos al pregonero y luego si te he visto no me acuerdo. Para evitar que los programas electorales se conviertan en papel mojado, no estaría de más que se fuera extendiendo la costumbre de garantizar consultas y referendos para aquellas promesas que pudieran incumplirse. Hay que tener en cuenta además que en ciertas ocasiones se presentan a la feria de los votos movimientos y partidos políticos sin experiencia anterior. Nos conviene saber, por lo tanto, si mantienen de un día para otro su postura o la modifican a lo largo de la campaña.

  A mí me basta con estas preguntas, no sólo para diferenciar a los populistas de los políticos serios —que francamente no abundan— sino para establecer también mis afinidades. Las dudas surgen cuando es imposible discernir entre los contrincantes. Si no entiendo a ninguno y pienso que todos mienten se produce una situación kafkiana. Ya sea porque pisaron el gobierno y no cumplieron con su palabra o porque pasaron por la campaña sin mojarse, el resultado final que obtendremos será deplorable. Nos ocurrió hace catorce meses y ya hemos visto a lo que conduce, la pena es que aun habiendo ganado sigan comportándose igual. Yo agradecería un poco de sinceridad. ¿Acaso tienen vergüenza de ser como son y de defender lo que defienden? ¿O es que albergan alguna esperanza de seguir engañándonos?