En la carrera de Filología Hispánica, y no exclusivamente en esta titulación, las mujeres brillan por su ausencia. No hablo, claro está, de las alumnas, pues estas superan abundantemente en número a los alumnos. Me refiero a mujeres-objeto-de-estudio (matizo, porque mujeres-objeto-a-secas las hay también en todas partes). Que sí, que si no tenían acceso a la educación difícilmente iban a poder escribir, pero también es cierto que mi programa de literatura del siglo XX terminaba con Muñoz Molina y no, por ejemplo, con Carmen Martín Gaite, Ana María Matute o Josefina Aldecoa, por citar unas cuantas. Una escritora de la que sí se habla es de Emilia Pardo Bazán, mujer gallega que supo poner sobre la palestra la problemática de la falta de educación en las mujeres. Lo hizo de muchos modos, negándose ella misma a recibir la educación que en principio le correspondía, teorizando sobre ello y publicando la Biblioteca de la mujer (1892) o proponiendo a Concepción Arenal para la Real Academia de la Lengua (institución que merece otra reflexión al margen de la que ahora me ocupa). De estos asuntos me enteré yo años más tarde, pues Pardo Bazán se estudia en las aulas como introductora del Naturalismo en el contexto del estado español y no por su compromiso con cuestiones feministas.
Viene esta mujer a mi memoria en un día como hoy al leer una noticia que me ha hecho pensar en la resignificación de los espacios. Por ejemplo: una iglesia que se transforma en centro cultural. El espacio que tengo ahora en mente no corrió esta suerte. Todavía ha de ser resignificado y hay quienes se resisten a ello. Me refiero al Pazo de Meirás (Sada, A Coruña). Pertenecía a nuestra escritora gallega cuando se colocó la primera piedra. En este lugar tenía parte de su biblioteca (era Pardo Bazán una lectora voraz y apasionada), escribió algunos de sus textos y conversó con Unamuno. Desconozco qué palabras se gestaron en el contexto de este pazo gallego, qué anécdotas hicieron que Doña Emilia llorase de la risa o del placer, qué pensamientos la acompañaban cuando observaba el espléndido paisaje gallego. Muchas cosas desconozco y no por ello dejo de imaginar que era un buen lugar para dedicarse a la creación, la reflexión, la crítica y el disfrute de la vida en la medida de sus posibilidades.
Pasó el tiempo. Falleció nuestra escritora.
Hete aquí que se crea algo llamado “Junta Provincial pro Pazo del Caudillo”. Adquieren el Pazo de Meirás gracias a las “contribuciones voluntarias” del pueblo (supongo que ya las comillas indican que de voluntarias poco tuvieron) y haciendo en muchas ocasiones uso de las amenazas, se hacen con terrenos colindantes al Pazo que se añaden al regalo que esta Junta entrega al dictador en 1938. El 5 de diciembre de ese año, Franco firma un documento en el que se puede leer: “En el día 28 de marzo de nuestro segundo año triunfal año del señor de mil novecientos treinta y ocho, la Ciudad y Provincia de La Coruña hicieron la ofrenda –donación de las Torres de Meirás al fundador del nuevo imperio, Jefe del Estado, Generalísimo de los Ejércitos y Caudillo de España Francisco Franco Bahamonde. Galicia que le vió nacer, que oyó su voz el dieciocho de julio, que le ofreció la sangre de sus hijos y el tesoro de sus entrañas, que le siguió por el camino del triunfo en la unidad, grandeza y libertad de la patria, asocia en esta fecha para siempre el nombre de Franco a su solar, en tierras del Señor Sant Yago, como una gloria más que añadir a su historia.” Con el paso del tiempo (aunque haya casos como este en los que ni siquiera parece necesario contar con perspectiva para analizar la historia) se ha visto que la historia de Franco y su dictadura careció por completo de gloria, pero en fin, las palabras han quedado escritas y poco a poco la memoria histórica ayuda a que se escriban también las atrocidades que fueron cometidas en esta época lúgubre y triste.
El caso es que ahora se reclama que el Pazo sea devuelto al pueblo, al considerar que la donación fue un robo en toda regla. La familia Franco se niega en rotundo, por supuesto. Se declara el Pazo como “Ben de Interese Cultural”, por lo que debe abrirse al público al menos cuatro días al mes. La familia Franco, por supuesto, se resiste a ello. Cree que esto les provocará molestias y trastornos. Tienen miedo a los actos vandálicos, a las protestas. ¿A las represalias? A mí, que suelo ser bastante optimista, me gustaría que un día la familia Franco hiciese una reflexión (aunque fuese pequeñita) que les llevase a pensar, ya no en el horror que el dictador causó, sino simplemente (por empezar con algo) en lo que representa ese Pazo para las y los habitantes de Sada, de A Coruña y de Galiza. Que mucho mejor sería que el pueblo gestionase este patrimonio, que quizá podría re-resignificarse y convertirse en una casa museo de Pardo Bazán. Que en las visitas guiadas se contase la historia del lugar y se concluyese finalmente diciendo que la familia Franco, siendo consciente del atropello de permanecer como propietarios en el lugar, decidieron donar (esta vez voluntariamente) el Pazo al pueblo. Y en esta habitación escribía doña Emilia sus artículos…